Lavinia sí existe. Nada tiene que ver con la persona que en el censo seguirá apareciendo en España con otra identidad. Cuando salí de mi antigua residencia, lo hice perfectamente camuflada. Disfrazada, como siempre solía al exponerme a la mirada pública. Un taxi me esperaba en la puerta. Me llevó derecha al aeropuerto, donde volví a transformarme por completo. Hay una serie de elementos muy útiles a la hora de cambiar de apariencia, con los que suelo jugar. Y las pelucas constituyen un verdadero comodín. Entré con un flequillo negro asomando bajo un pañuelo estampado, gafas oscuras y un sofisticado lápiz de labios.
Y salí con una larga melena castaña recogida en una coleta alta e informal. Un aire menos sofisticado con prendas urbanas y más desenfadado en el maquillaje. Fue así como subí al avión, mostrando un pasaporte adecuado, creado para la ocasión. Con un aspecto saludable, al que contribuía el exceso de ropa. Sin embargo, aquí no llegué de esa guisa.
Mi vecino "el guapo" me conoció sin gafas. Con el pelo rubio, cortito... Con un aspecto que me va a ayudar a pasar desapercibida en esta ciudad. He adelgazado de manera considerable en los últimos meses y he renunciado al calzado de tacón. Mi apariencia es la de una chica que apenas se acaba de hacer adulta, lo cual se ve respaldado por la ropa juvenil con la que defino mi nuevo estilo.
En estos momentos, mi casa también existe. Con su estilo victoriano, sus muebles clásicos, su decoración elemental y su limpieza a fondo recién hecha . He llevado las cortinas a la tintorería. El lavavajillas no ha parado de funcionar para poner a punto la cubertería, la vajilla completa, la cristalería, las fuentes y los juegos de té y café. La vitrina y el aparador han sido rediseñados tras el saneado exhaustivo. Me he deshecho de las mantelerías raídas, he revisado al detalle los armarios, y he adquirido nueva ropa de cama. Después de llevar al trastero todo lo que no voy a usar, las estancias me parecen más espaciosas. Llenas de posibilidades. Desde luego, el trastero ha dejado de existir más allá de la puerta. Tan sólo es una puerta.
Quién sabe si algún día volveré a abrirla. Con mucha suerte lograré hacer extensible mi capacidad de olvido a las cosas físicas y cuando me decida a traspasarla, igual me encuentro con que puedo aventurarme en una sala vacía. Vacía o vaciada de todo lo que otros fueron dejando para que al reunirlo dejara de existir. Un pasaje a otra dimensión donde lo que entra no vuelve a salir.
O puede que aprenda a clasificar todo lo que en apariencia es inútil, o lo que por una temporada ha dejado de servir. Si lo consigo, volveré a jugar.
Acabo de descubrir lo divertido que es saber ignorar lo que nos dispersa, y centrarse en lo que nos aporta beneficios, sean del tipo que sean. Ahora que sé lo que existe y lo que no, me apetece incluir en mi porción de realidad a otra persona. Le pedí a Enrique un par de días para acondicionar la casa y es lo que he necesitado. No está del todo a mi gusto, pero está decente. Tan decente es el aspecto de mi casa como el mío.
Para mañana tengo plan.