Seguro que me has visto en algún lugar.

Sin embargo, cuando estoy ante ti, piensas que soy una desconocida.

Permíteme una corrección: Soy la reina del disfraz.

Y gracias a ello, me doy el gusto de ser cruda, directa y ofensiva.

Te voy a torturar con lo que me gusta y lo que me desangra.



sábado, 14 de mayo de 2011

Mi terapia

Seguro que a todos os ha pasado alguna vez que os levantáis con ganas de caña. Da igual el tipo de caña, eso no es lo relevante. Además, cada cual escoge la diversión que más le va. A unos les gusta salir de marcha, otros muestran predisposición por el sexo, o por las drogas. Y otros investigan tendencias y actitudes que rozan lo patológico. Personalmente, lo he probado todo. Y me decanto por las tendencias esas que rayan lo patológico, por la sencilla razón de que proporcionan unos efectos terapéuticos sin igual.

Pues bien, hoy ha sido una de esas mañanas… He saltado disparada de la cama a revisar las cajas que recibí, y que permanecían a la espera de su momento. Porque hay un momento para todo. Es incorrecto decir “no tengo tiempo para cocinar”, o “no tengo ocasión de leer”. Imposible. Siempre hay tiempo para cualquier actividad que nos propongamos. Tan sólo hay que buscarlo.

Ha sido sumamente placentero extraer la cuchilla y rasgar la cinta de embalar. Casi tan placentero como deshacer el envoltorio que era la caja exterior y recordar que existía otro embalaje más compacto y protector. Y ese descubrimiento ha servido de antesala al placer que me ha causado comprobar que allí dentro estaban todos mis juguetes. Mi instrumental terapéutico.

Guardados en sus fundas y envueltos de manera individual. Algunos son verdaderamente antiguos, conservados de muchos años. Porque en realidad tienen más años que yo. Digamos que son heredados. Bonita palabra. Me los legaron, de manera más o menos voluntaria. Quizás vosotros podáis entender que son más bien trofeos de guerra. Vale, no me importa esa consideración. Me gusta.

Les he retirado el envoltorio de burbujas y los he ido colocando sobre mi cama, donde  han sido ordenados según mi estado de ánimo. De menor a mayor alegría, como debe ser. Después he acondicionado  uno de los cajones grandes del armario para mantenerlos ocultos y a la mano. Y por último he guardado en el trastero las cajas y los plásticos de envío. Nunca se sabe cuándo puede ser la próxima mudanza…

Vale. Esta es la parte agradable, la que depende de mí. Ahora vamos a la desagradable.

Conecto el portátil y pongo a trabajar mi rastreador. No tardo demasiado en averiguar quiénes son los inquilinos de la casa de al lado. No falla, siempre se encuadran en el mismo perfil. Entorno a los treinta y cinco años, estudios universitarios, clase media-alta,  predisposición para viajar, cultivarse y adquirir mundologías varias… Gente aburrida y falta de emociones fuertes en su vida. Hablo de tipos como el habitante masculino de esa casa, claro está. Tras obtener su foto, sus datos y su historial, lo peliagudo es trazar el plan, concretar el modus operandi. Pero no lo suficientemente peliagudo para mí. Más bien, debería decir que es lo más delicado del asunto.

Tardo un par de horas, casi, pero lo tengo. Creo que lo he cuadrado todo. Lo repaso por última vez y preparo la mochila. Salgo de casa tras dejarla limpia y organizada, en vaqueros y camiseta. Tengo tiempo para plantear mi coartada. Me voy a la facultad, asisto a un par de clases y me dejo caer por la biblioteca. Luego me acerco por una zona comercial y entro en los servicios. Modifico un poco mi aspecto: Cambio mis bailarinas por unos zapatos de tacón, me retiro el lazo del pelo y me coloco unas extensiones de clip. Extraigo un bolso de la mochila y guardo en él todo lo que llevo encima, incluyendo la mochila, plegada. Salgo, tras echar un vistazo por el interior. He hecho las averiguaciones pertinentes y le tengo localizado. Me voy a hacer la compra, y dejo el recado de que me la lleven a casa a partir de las 18:00.




 
Vuelvo a cambiar algunos detalles del estilismo en los servicios de un pub. Sustituyo mi camiseta por una camisa de manga corta y me maquillo los ojos y los labios. Luego, tomo un autobús en Picadilly Place y me dirijo al servicio de  mensajería urgente. Miss Shield realiza un envío a Nápoles a nombre de Giusseppa Frederici, y otro al departamento de dirección de la empresa que he investigado.

Son las 13:45. He aprovechado bastante bien el tiempo, así que me puedo permitir el lujo de comer tranquilamente. Y cuando digo lujo, incluyo el precio y la categoría del restaurante escogido. Me lo puedo permitir porque la extorsión acaba de empezar. Ya he puesto en marcha los engranajes. En el momento en que el señor Grant reciba su paquetito, sabrá de qué va el juego y, le guste o no, tendrá que participar.

En efecto, justo antes de pedir el postre, suena mi número privado. No puedo reprimir una sonrisa de satisfacción.

-This is Miss Shield.
-Good afternon... Miss Shield. Well, I´m Mr Grant. You know.
-Oh, yes. Mr Grant. I´m really pleased to meet you.

Ha sido una conversación corta, en la que queda patente quién dicta las leyes y a quien le toca acatarlas. Un divertido juego en el que ya he obtenido la maestría y en el que siempre resulto agraciada. Al final, le comento al señor Grant que le toca pagar la cuenta del restaurante. A lo cual accede, gustoso. Y si no está gustoso, no lo aparenta.

¡Que empiece la terapia!

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