Seguro que me has visto en algún lugar.

Sin embargo, cuando estoy ante ti, piensas que soy una desconocida.

Permíteme una corrección: Soy la reina del disfraz.

Y gracias a ello, me doy el gusto de ser cruda, directa y ofensiva.

Te voy a torturar con lo que me gusta y lo que me desangra.



sábado, 2 de abril de 2011

Cuestión de actitud

No puedo dormir. Salto de la cama hecha una furia y enciendo el televisor para escuchar algo de fondo que me distraiga. Justo cuando estaban mis párpados a punto de rendirse, me ha sobresaltado una idea que viene siendo recurrente desde hace unos meses: Tengo que matar a alguien, o no habrá manera de soportarme a mí misma.

Sin darme tiempo a que se me pase el pronto -hay ocasiones que no se deben desperdiciar bajo ningún concepto-, me pongo una falda corta, un corpiño y una cazadora de piel encima. Me calzo unas botas de cordones de estilo militar sobre unos calcetines gruesos. Y me aseguro de haber cogido todo lo necesario. Algo de dinero, que echo a un bolsillo de la chaqueta. Cierro la puerta sin hacer ruido, dejando alguna luz encendida. Son las tres y pico de la madrugada. Quizá no sea la hora más adecuada para salir a la calle, pero es que hay ganas de dar caña.

Tengo entendido que Printworks es una buena zona para ir de juerga, así que me dirijo allí en busca de jaleo. En el momento en que el bullicio, las luces, los gritos y los grupos de gente definen el ambiente, se relaja mi vena sádica, haciendo que se active otra no menos inquietante: La lujuriosa.

Observo con calma, sin llamar la atención, escucho, miro, estudio, adivino... Cómo me excita ir más allá de lo que se aprecia a simple vista.

No llego a entrar a ningún local. Me quedo un instante deambulando por los alrededores. Absorta en mis planes. Tras dejar correr el tiempo en la zona luminosa, me acerco a unas chicas que parecen pasadas de tuerca en la borrachera. Creo entender de lo que hablan, y el tema me interesa. Una de ellas está disgustada porque la noche no le ha ido como esperaba. Deciden deambular por las callejas. Genial. Me van a servir de guías.

A mitad del camino, me sorprende el encontronazo. La chica despechada se cruza con el chico que debería haber pasado una velada agradable con ella. Se miran con sentimientos enfrentados. Saltan chispas. Ella siente odio, él rechazo. Tras media eternidad de proyecciones emocionales, logran despegar sus miradas y yo me aparto, para seguir ambos rastros.

El grupo masculino le increpa para que se olvide de la chica. Y al final lo consigue. Bien por él. Dejo de seguir a las chicas. Aunque aún se oyen los chillidos histéricos de ella. Los amigos le hacen sentir superior. Bien por él. Estoy segura de haber captado la vehemencia de sus emociones. Superación, triunfo, virilidad. Bravo por él.

Quiero al tipo que destila todo eso.




El tiempo corre a mi favor. La testosterona anda reafirmándose en sus valores, a grito pelado. Me llama, me avisa, me atrae, me cerca. Les adelanto, les rodeo, les observo desde otro ángulo. Apoyo un pie en un banco, sin darles la espalda, y me subo al respaldo. Apoyo los codos en las rodillas y me inclino hacia delante, para no perder detalle. Estoy sudando, así que me desabrocho la cazadora.

Capto la atención de mi objeto de deseo. Tarda un rato en reaccionar y en entender que le estoy mirando a él. Le clavo la mirada. Mi sonrisa es una invitación muy abierta. Descarada. Golfa. Se siente inevitablemente atraído. Irrevocablemente abocado a la catástrofe. Como un abejorro a una flor exuberante de esas que además de vistosas engullen bichos. Se acerca, dejando atrás al grupo.

Pero mis ojos le lanzan un mensaje que contradice el de mis labios. Es un desafío y a la vez una señal de advertencia. Algo así como que hay que ser muy hombre para dar el último paso. Atrévete. Si tienes huevos.

Estoy ansiosa, aunque sé contenerme. Tengo que decir a su favor que sigue avanzando. A pesar de su confusión, de su reticencia por algo que no logra entender. El caso  es que avanza. Está tan cerca... Tiene los ojos azules, algo tímidos. El pelo a la altura de la barbilla, echado hacia atrás. Barba de tres días en un cutis algo pálido. Se ha plantado a unos pasos. Una buena marca.

Es atractivo. Y su atracción es comedida. Se reconoce en lo que le ofrezco, pero no está convencido. El abejorro sabe que le gusta el polen. Bordea la flor una y otra vez, manteniéndose en el aire. Sabe cuánto polen guarda en su interior. Si es rápido y listo, será todo para él. Pero no se fía.

Fuerzo la sonrisa, a la espera de su resolución. No pienso ceder. Si pasa mi prueba, merecerá un buen revolcón. Si se raja, es que el mérito estaba sólo en la fachada.

Le estudio al detalle, recorriéndole de cabo a rabo. Mantiene el gesto sereno -que no relajado-, su garganta se mueve de una manera inconfundible y su mandíbula responde también al reclamo. Despacio, da dos pasos más. Le huelo. Me huele.

Extiende sus manos a la vez que recorre el último paso que le separa de mí. Tras cruzar una última mirada que es la confirmación del permiso que viene pidiendo desde hace un rato, se vuelca sobre mi cuello. Sus rápidos reflejos y su aliento fresco me confirman que no está bajo ningún efecto alcohólico. Bueno es saberlo, porque habla en su nombre el hecho de que sea plenamente consciente de sus actos.

Me busca conforme le busco. Se atreve conforme me atrevo. Permanezco sentada en el banco, mientras él trata de acoplarse desde su posición. Me gusta su manera de tocarme, y me encanta que no diga absolutamente nada. Yo tampoco digo nada. El silencio nos transporta a otra dimensión. El jaleo de la calle va y viene. La presencia de los viandantes nocturnos nos es indiferente. No tienen la atención puesta en pormenores. Se limitan a mantener el equilibrio, en la mayoría de los casos. Nos dejamos llevar por nuestro propio lenguaje, ajenos a otros menesteres, pero sin perder la noción por completo. Olas de placer se acercan a la costa una y otra vez, sin llegar a romper del todo; perdiendo su fuerza para volver a recuperarse.

La primera vez le sorprende. A la segunda, comprende el juego. No pone pegas y participa enérgicamente. Hay un entendimiento entre sus ojos y los míos. Su boca se contrae y se distiende en una secuencia extraña, vertiginosa, cardíaca. Coloco las manos alrededor del cuello y ejerzo presión en cada impulso frustrado. No le hago daño. La intención es enseñarle una nueva manera de reventar a manos de la mantis.

-Please, stop -me susurra.

No sé a qué se refiere. Me pone su tono de voz. Algo ronca, debido a la situación.

-Stop. Stop doing that!

Sigo sin saber a qué se refiere... Bueno, me lo imagino. Dejo de ejercer presión en su ritmo sexual. Es evidente que no puede soportarlo más. Coge aire en su último intento, pero mis manos en su cuello provocan un grito ahogado. No he dejado de mirarle a la cara. En el momento de rendirse a mí, cambio de opinión. Es más atractivo de lo que me pareció en el primer vistazo.

Su hermosura se ha visto incrementada por su actuación. No ha roto el silencio más que lo imprescindible, y eso hace que supere su propia marca. No le hubiese consentido un escándalo público. Le empujo para sentarle mientras yo me levanto, girándole. Está abatido, pero me gusta su mirada. Expectante. Atenta a lo que se me pueda ocurrir...

Me despido con un beso. Vale, es guapo. Y da bastante de sí.

Llego a casa y me meto en la ducha con agua muy caliente. Salí con una intención y he vuelto con otra. Quizá signifique que me estoy volviendo vieja. Eso, o he descubierto el secreto para mantenerme siempre joven. Es lo que implica para mí la habilidad de no dejar nunca de sorprenderme. Aún se me ocurre una tercera opción: Soy una auténtica zorra que no se niega a nada. Si acepto algo que me beneficia y encuentro algo mejor, ¿para qué voy a decidir, si puedo tener ambas cosas? Para ser sincera conmigo misma, me siento satisfecha de lo que he conseguido. Ha sido un buen juego en el que él ha querido participar. No puedo negarme a una buena interpretación. Del mismo modo que no puedo echarle freno una vez que la he iniciado.

Hasta el final.

Buenos días.

6 comentarios:

  1. Bravo y bravo y bien, además.

    Confío en que si alguna vez sus manos y mis tacones se cruzan, no nos echen demasiados años de cárcel...

    Salud!

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  2. Eso espero yo también... Pero confío en que sabremos comportarnos. Eso sí, respondo sólo por mí, porque con Tirza será otro cantar.

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  3. Voy a salir a por un poco de polen, a ver si me encuentro a una zorra de la tercera opción o una mantis como quieras verlo...

    de lo mejor que leí en mucho tiempo gatita... me quito el sombrero!

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  4. agregame al facebook, tengo el enlace a la derecha en el blog, no me disgustaría charlar contigo de esas leyes propias que tanto dices que dominas...

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  5. Entrópicas noches, Lavinia.
    Creo que podrías colocar esto en algun programa de radio de esos que se emiten mucho despues de media noche. Creo que me apetece jugar a especular sobre el contenido de tu próxima entrega para el serial radiofónico: ¿Qué tal algo rollo de espias, pero con mucho glamour? De momento entretienes mas que la Tárregas.

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  6. Me encanta tener público, chicos. Pero que mi público sea tan condenadamente adorador hace que me den ganas de volver a abrir la puerta del trastero. ¿A que no imagináis lo que guardo allí?

    Gracias por vuestros comentarios.

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