Seguro que me has visto en algún lugar.

Sin embargo, cuando estoy ante ti, piensas que soy una desconocida.

Permíteme una corrección: Soy la reina del disfraz.

Y gracias a ello, me doy el gusto de ser cruda, directa y ofensiva.

Te voy a torturar con lo que me gusta y lo que me desangra.



domingo, 17 de abril de 2011

Puede ser fácil

Dormí toda la mañana y me levanté antes de mediodía. Cuando sonó el timbre, ya estaba arreglada. Eran dos cajas enormes enviadas desde España. Mis pertenencias. Ya podía respirar tranquila... Las oculté en la habitación de invitados, a la espera de un día libre para organizarlas.

Después de comer estuve haciendo la compra. Me encantó la apabullante variedad de productos del mercado, y me deleité contemplando alimentos que nunca había probado. Tenía claro lo que quería comprar, pero aún así, adquirí una fruta demasiado llamativa. Fue uno de esos pensamientos productivos fugaces contra los que una no puede razonar.

Estaba más que inspirada para superarme y resultar convincente. Las dos horas previas a la cita, las pasé en la cocina. Disfrutando de un momento delicioso, a solas con mi imaginación. Ya tenía claro que sorprender a un cocinero no iba a ser tarea fácil, pero hoy por hoy, no he encontrado nada que se me resista. Además, todo depende como una se tome las cosas...

Me basta decir puede ser fácil, para que lo sea.

Me contemplo ante el espejo del recibidor antes de abrir la puerta. Cara de niña buena. Peinadita y mona, sin maquillaje. Tan sólo he disimulado las ojeras con un poco de corrector, para no dar mala impresión. Me he puesto unos vaqueros de pitillo, una camiseta vistosa y unos zapatos planos. Voy a por todas.

-Hola, Lavinia. ¿Llego demasiado pronto?

Enrique pareció confuso ante la ausencia de delantal, aunque sonreía con entusiasmo. Se alegraba de vover a verme.

-Pasa, por favor. La cena está lista.
-Vaya... No sé por qué pensé que tendría que esperar.
-En Europa se cena pronto, ¿no?
-Sí, tienes razón...

Colgué su cazadora en la percha de la entrada y él acomodó su mochila y el casco de la moto. Venía del restaurante, y no se había entretenido en pasar por casa. Ay... Realmente iba a ser fácil conocerle.

¿Me enseñas tu casa? -inquirió, apenas traspasar el umbral.
-Sólo la planta baja, ¿de acuerdo?
-Lo que tú digas, -concedió, no sin cierta incomodidad.
-Es que es la única zona que he conseguido acondicionar de manera satisfactoria. Lo siento, pero necesitaré unos cuantos días más hasta tenerlo todo listo.

Pasé delante de él, guiándole, y me hice a un lado al llegar al salón.

-Reconozco que has hecho un gran trabajo -afirmó, echando un vistazo a su alrededor-. Desde luego, si tienes previsto proceder del mismo modo en la planta superior, esperaré lo que haga falta.

Aquello me sonó más que bien.
-Me lo tomaré como un cumplido.

Nos sentamos a la mesa, tras tenerla perfectamente servida. Su mirada se posó sobre todos los platos, sin pararse demasiado tiempo en ninguno. Me pareció que la primera impresión estaba siendo favorable.

-¿Cuál es el veredicto?
-Me llama la atención que te hayas decantado por platos internacionales. No esperaba esto, desde luego.
-¿Y qué opinas?
-Me gusta.

Enrique me miraba sin atreverse o sin decidirse qué quería preguntar.

-¿Dónde aprendiste?
-Oh, voy tomando notas de aquí y da allá. Me gusta viajar y hablar con la gente que conozco.
-¿Qué es esto? -indagó mi vecino señalando el entrante.
-Es un plato típico de Venezuela, que tengo la costumbre de preparar cada vez que celebro una primera vez.
-¿Hoy celebras una primera vez?
-Claro. Igual que tú.

Nos miramos con calma, sin querer ser transparentes, pero sin poder ocultar demasiado. Interesante plan el nuestro, en el que ninguno se reconocía en su papel...

 Le insistí en que las vieiras se podían comer con las manos. Él no me lo hubiese pedido, pero los dos preferíamos la comodidad y la soltura que nos aportaría ... Su gesto se relajó. Aquella expresión de maestro conquistado por una aficionada me creó una fantasía, donde la proximidad de los comensales jugueteaba con el acto de comer con las manos.

-Me gusta la combinación del eneldo y la lima -anunció.
-Qué bueno haber dado con una de tus preferencias a la primera.

Se quedó extasiado ante mi salida de tono, y supe que le había entrado la urgencia. Por momentos, miraba las escaleras que conducían a la planta superior. Su mirada insinuaba que sería capaz de complacerme en todo lo que le pidiese. Tan sólo necesitaba que le invitase a subir. Pero eso no iba a sucededer. Ya se lo había dicho.

-¿Qué es esto?

La fruta que luce en el plato central era tan sinuosa...

-Manzanas de Sodoma.
-¿El postre?
-Eso dependerá de si quieres morir envenenado.
-¿Qué objetivo tiene?
-Meramente visual.




En aquel instante, me miró con cierta desconfianza, como haciendo elucubraciones sobre mí.

-¿Qué pasa? -quise saber.
-Eres muy peculiar. ¿Nunca te lo habían dicho?
-No. ¿Por qué lo piensas?
-Me da la sensación de que quieres dar un paso pero no te atreves.
-Yo creo que eso le pasa a más de uno -le respondí con intencionalidad palapable.
-Sí, es posible -reconoció tras un lapso de duda.

Enrique me sigue pareciendo gracioso. Casi lo había olvidado, ese rasgo de su carácter... Y aunque en nuestro segundo encuentro no me sugirió ningún infinitivo impreciso, seguía teniendo una vis cómica que decidí que había llegado la hora de potenciar. Soy partidaria de no tener miedo a descubrir nuestras virtudes y explotarlas. Yo lo hago. Por eso lo recomiendo. Jamás recomendaría nada que no hubiese probado.

Hablamos cada vez más sueltos, arropados por la bebida. Él pretende saber de mí. Me pregunta por mi vida y mi trabajo. Es pronto para eso, de modo que finjo la persona que he inventado para aquel lugar. Yo pretendo que me enseñe la ciudad. Me interesa que me ayude a conocerla con una visita personalizada.

-Quién mejor que tú, que llevas tanto tiempo aquí.
-Sí, claro...
-¿Qué te pasa?
-Hay cosas que echo de menos. Mi ritmo de vida es bastante ajetreado y...
-¿Te refieres a que no puedes relacionarte con chicas por falta de tiempo?
-Más o menos, sí. Y además...
-Te escucho:
-Hay algo que me ha impedido implicarme con mujeres de aquí, a las que de algún modo considero extranjeras.
-Tú lo que echas de menos es tu tierra.
-Es posible.

Su gesto de pronto se vuelve infantil. El de un niño que ha logrado verbalizar, con mucho esfuerzo, lo que quiere que le regalen para su cumpleaños.

-Yo echo de menos...

De repente guardo silencio. No estoy fingiendo, tan solo cavilo.
-¿En qué piensas? -me pregunta, al sentir que me disperso.
-Echo de menos la vida en pareja.
-¿Te refieres a convivir?
-No, nunca he llegado a dar ese paso. Creo que por ahora me viene un poco grande. Me refería al hecho de estar con alguien.
-Ah. ¿Y por qué piensas eso?
-Tú me has hecho pensarlo.

Enrique se quedó tieso ante mi arrranque de sinceridad. No era algo para lo que pudiese haber venido preparado. Ni siquiera era algo que pudiese haber esperado de mí. Apenas nos conocíamos. No sabíamos prácticamente nada el uno del otro... Todo eso debía andar pensando su clara mirada tras sus gafas de diseño. Aunque yo iba un poco más allá.

No me parecía lícito continuar llamándole "mi vecino el guapo" después de haber compartido una cena con él. Enrique era un tipo muy sociable, agradable y amable. Y de él destacaba que era un gran conversador. Cualquier cosa que quisiera saber de él, sería fácil de averiguar. No obstante, el experimento a la inversa no iba a obtener el mismo éxito. Además, mi último comentario estaba fuera de lugar. Pero él había preguntado y yo había ejercido mi derecho a contestar lo que me diera la gana.

Tras un intenso silencio, denso, condensado de miedos por ambas partes, volvió a sonreírme.
-Mañana, como los demás domingos, no estaré disponible. Me reuniré con la familia. Pero el lunes será mi día libre. Si te apetece, podemos pasar el día visitanto Manchester.
-Qué bien. Claro que me apetece.
Le miré encandilada, poniendo fuerza en el deseo que sentía por pasar tiempo con él, por sentirme como una chica cortejada.

Al fin percibe mi deseo y se siente complacido por mi rápida respuesta. Sus ojos titilean. Está entusiasmado con la idea de interponerse a lo reacio que le parece iniciar una relación estable en otra ciudad. Extraña su fobia, por cierto. La mía se limita a iniciar una relación. Nunca lo he hecho.

Es el tipo de chico que una madre desearía como novio para su hija. Educado, formal, bien colocado. Y guapo. Cumple todos los requisitos. Lástima que yo no tengo madre. Tendré que complacerme a mí misma.

Puede ser fácil...

2 comentarios:

  1. Tía, he descubierto tu blog y me he quedado impresionada. ¿Eres tú la que escribe, o es ficción? Es que un comentario de otro chico me hizo dudar.

    Me pone ansiosa especular con el próximo post. ¿Qué vas a hacer con Enrique? ¿Y el otro tío, volverá a salir?

    ResponderEliminar
  2. Tranqui, Tania. Vamos a ir con calma y por partes, je je. Me alegro de que estés tan intrigada con mi blog, pero prefiero que sigáis especulando acerca de mi identidad.

    Saludos.

    ResponderEliminar